lunes, 21 de julio de 2008

Los múltiples usos del cuchillo criollo

Un recorrido a través de la historia de un utensilio de trabajo que la furia o el alcohol convertían en arma
El cuchillo es un elemento inseparable de la figura del gaucho. Tanto como lo fue el caballo, aunque con éste podía andar más confiado: no iba a ser capaz de meterlo en la situación de "disgraciarse" como aquél, ya que todos sabemos en qué líos metió a Martín Fierro un mal uso del facón.
Sin embargo, el especialista en armas Abel Domenech -autor de "Del facón al bowie"- se apresura a defender el honor del cuchillo criollo: "Fue ante todo una herramienta de trabajo, sólo en forma muy ocasional -y alcohol mediante- se convertía en arma".
Es claro que -comparadas con las tareas del diario trajinar campero- resultan más espectaculares y llamativas las escenas de duelo criollo, pero Domenech se encarga de aclarar que éstas fueron "mucho menos frecuentes de lo que la literatura gauchesca nos ha acostumbrado a mostrar".
"El cuchillo es -señaló al respecto Sarmiento en su «Facundo»-, además de un arma, un instrumento que le sirve para todas las ocupaciones; el gaucho no puede vivir sin él; es como la trompa de un elefante, su brazo, su mano, su dedo, su todo."
Se usaba el cuchillo para todo, ya fuera para matar una res, cuerearla y despostarla, como para picar tabaco o desvasar los cascos del caballo y reparar sus arreos. Servía también para los trabajos con tientos y sogas y para cortar alambres. También para cortar los ladrillos de adobe con los que el gaucho levantaba las paredes de su modesta vivienda.
La historia de la "cuchillería" argentina tiene pocos secretos para Domenech, que acaba de poner punto final a la redacción de un exhaustivo libro acerca de la versión criolla del más antiguo y eficiente instrumento de corte.
En su estudio estableció la existencia de cuatro variedades principales: el facón, la daga, el puñal criollo y la cuchilla. El facón es el cuchillo gaucho cuyo nombre más ha trascendido. "Yo tenía un facón con S/ que era de lima de acero...", nos refiere Martín Fierro en unas estrofas del poema inmortal de Hernández. Se caracteriza por tener una hoja delgada de un solo filo y una longitud que varía entre 30 y 80 centímetros.
Sobre el origen del nombre -señaló Domenech- existen distintas conjeturas: "La más acertada es la que indica que proviene del idioma portugués, en el que «faca» es «cuchillo» y, por lo tanto, «facón» sería su aumentativo, «cuchillo grande»".
El puñal criollo es diferente: de hoja triangular y lanceolada, posee contrafilo en la punta del lado del lomo. La daga, en cambio, es parecida al facón y se define por su doble filo. La cuchilla, por su parte, es una variante de lomo recto y filo curvo.
Prenda emblemática
El material de los cuchillos criollos provenía del reciclaje de sables, espadas y bayonetas en desuso. "El origen del acero de las hojas -detalló Domenech- venía inicialmente de España y luego de Inglaterra o Alemania, especialmente de la ciudad germana de Solingen."
Solingen, agregó, se transformó, con el tiempo, en "una marca de fábrica que garantizaba la bondad de la hoja que llevaba grabada tal palabra".
Su uso y difusión actual como emblema, prenda de lujo u obra artística -que alcanza su culminación en los notables trabajos de platería de Juan Carlos Pallarols o Juan José Draghi- hubieran sido impensables para el gaucho de los tiempos de Ascasubi o Hernández, cuya condición esencial fue siempre la pobreza, compañera tan inseparable de él como el cuchillo o el caballo.
Pero quien quiera encontrar la mejor semblanza de este utensilio que a veces se transformaba en arma debe acudir a las páginas de "Radiografía de la Pampa", de Ezequiel Martínez Estrada.
Por Bartolomé Vedia Olivera de la redacción de LA NACION

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