viernes, 21 de diciembre de 2007

En una tarde en Los Zorros...


Aquí les pongo una poesía un tanto campera, que yo escribí, basada en una historia real de un duelo a cuchillo que sucedió hace muchos años y que mi padre me contó; a él se la dedico.

En una tarde en los Zorros

La siesta revienta en cardos,
el algarrobo manda
y en la distancia azulada,
se divisa, en la llanura,
una silueta delgada...
Es un jinete en la pampa;
con su galope cansado
montado al sol trae en ancas.

El matungo es medio pelo
ni muy malo ni muy bueno
con un pelaje rosillo
con cuatro botas en negro.
Los atalajes acusan
de lo pobre del matrero,
son unas cuantas guascas
que acarician lo fulero.

No hay espuelas no hay apero,
el único brillo`e metal
un cuchillo verijero
encabao en guampa negra
y enbainao no más en cuero.
Las hilachas del ponchito se flamean
como mimando al viento,
de las alpargatas azules se asoman
unos manojos de dedos,
y gastao en la cabeza
lo queda de un chambergo.

En el medio de la pampa
entre el monte y como un sueño
aparecen unas casas
unos ranchos, casi un pueblo.
Las gallinas; en la calle se pasean
y a la sombra de unos churquis
pasan la siesta dos perros.
Se detiene aquel viajero
cuando ve que otros paisanos
están tomando unos tragos
bajo el techo de un alero.
Es el boliche del pueblo
es la parada obligada
para peones y estancieros.

Con mucho respeto saluda
y sacándose el sombrero.
Solo se oye algún murmullo
como venido de lejos,
el mozo no espera más
igual entra y pide un trago
que no es de agua por vergüenza
...pa`que no lo crean flojo
¡Y de repente unos ojos
que lo miran con desprecio!
Es una mesa en la punta
donde se hallan cuatro mozos
que por lo bajo se burlan
entre risas y otros gestos.

Y se ha sentado molesto
como tomando en su trago
la bronca de aquel suceso
-¿De donde sacó el pura sangre?
Le pregunta el más moreno.
-¿Te olvidaste de esquilarlo?
Se anima, y dice un borrego
Y las risas y la burla,
y otra vez el más moreno
-¿y esa bolsa es el apero?!
Carcajadas y revuelcos por el suelo

-No haga caso:
Le aconseja el bolichero
El hombre ve que los cuatro
se parecen entre ellos...
-Son los hermanos Domiguez,
los hijos de un estanciero,
de los cuatro: uno solo
es más o menos...
-¿che no me prestas el sombrero?
pa` tirarseló a los perros!
-¡y esas hilachas parecen nido`e boyero!

Y se burlan de su flete,
de su poncho, de su apero
y le gritan y lo hieren
¡como diablos del infierno!
Los insultos e insolencias
que le han dicho por ser pobre
ya colmaron su paciencia
y en el vaso va bebiendo
su más amarga ginebra!
Y una fiebre de esas malas
en su pecho va creciendo.

Hasta que el más atrevido
le arrebata su sombrero.
Y sale, como buscando los perros
¡Entonces esa fiebre le revienta
y de un salto ya lo enfrenta!
Recupera su sombrero...
Un viento sur se levanta
como presagio funesto.

¡El otro ahí no más desenvaina
muestra filoso su acero!
Entonces el gaucho pobre
como que se trasforma al verlo
y sale, deseoso de sangre,
de su vaina, el cabo negro;
¡y en solo movimiento
entra y corre, su cuchillo verijero...!

La sangre brota en la tarde
la muerte llega en el viento
como montada en aire
como domando al pampero...
Y el atrevido cae, como bolsa,
ya sin vida para el suelo.
En un segundo son tres
contra uno, y uno muerto.
¡Los filos cortan la siesta
la tarde calla lamentos...!

Esquiva un chuzazo al pecho
y como pájaros rojos
vuelan tripas por el viento!
¿qué me decías borrego?
¡andá a esquilar a tu perro!...
Y a la sombra de los churquis
otro cae como en final aposento.
El ponchito desflecado
que deshilachaba el viento
está enroscao como víbora
protegiendo al brazo izquierdo.
Y el brillo del verijero
reluce al sol de la tarde
con un rojo pulimento.

¡No quiero matar más a nadie!
Reflexiona el gaucho ajeno.
Pero es tarde y una daga de plata
que erra las carnes al vuelo
pasa como un refusilo y
se clava contra el suelo.
El menor de los Dominguez
ya sangra por su degüello.
Ahora son uno contra uno
y la muerte busca al cuarto
para domar al pampero...

El otro esconde su miedo
y sabe de lo bravo del ajeno
que en esa siesta en la pampa
y con esos ojos negros
le hará pagar a su alma
los pecados de su cuerpo.
Maneja un facón labrado
en plata, en oro, en acero;
pero eso no importa a la muerte
ni tampoco al forastero.

¡Y se cruzan los cuchillos
le sacan tientos al miedo!
Y se agranda el gaucho fiero
y lo enreda con su poncho
y lo ensarta por el pecho
y lo mata, sin quererlo!
¡ese era el único bueno!
Pero murió defendiendo
con un puñal en la mano
el honor de un apellido y
la culpa de sus hermanos.

-No me sigan.
Amenaza el forastero,
los ojos que han visto la muerte
callan ante su ruego...
Limpia en su poncho el cuchillo
se acomoda su sombrero.
Y hecho con bolsa y remiendo
calza a su pingo el apero...
El sol que traía en ancas
se ha nublao por un momento.

Monta buscando los montes
ahora con sangre en sus manos
ahora son rojos los flecos...
ahora lastiman al viento!
¡Pero por pobre que sea
ningún hijo de estanciero
va ha reír de su pobreza
sin pagar por su desprecio!...

Los perros lamen la sangre,
las moscas llegan en vuelo.
Son cuatro los que están muertos
en una tarde en los Zorros
entre el monte y como un sueño,
son cuatro los que murieron
pagando por su desprecio...
¡Y es una sola la sangre
derramada por el suelo!
HMA Para mi viejo!

3 comentarios:

  1. Soy Federico de Montevideo Uruguay, tengo 22 años y a mi me encanta la tradicion y el campo, el folklore y la poesia criolla, y la verdad que este es una de los mejores historias que he leido, la verdad UN APLAUZO.

    ResponderEliminar
  2. Hola Federico, recién hoy veo tu comentario y agradezco muchos tus palabras, lo escribí según una historia que mi padre me contó, pasó hace muchos años ya, me alegro que te haya gustado
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Q linda poesia mas campera!!! Te felicito hernan..muy bueno. Desde jujuy un abrazo.

    ResponderEliminar